1 de marzo de 2012

Post mortem

He entrado por mera curiosidad. Hoy hice lo que llevo evitando muchos meses y hasta años: leer este blog. No lo leí completo porque mi tolerancia al dolor es baja, y mientras más atrás voy, más duele, igual que la presión cuando te hundes más y más en el agua.
La razón por la que no quería entrar es porque no quería ver lo feliz que era hace unos años, cuando nada importante me faltaba, y todo lo poco importante parecía necesario. Siempre supe que esto me pasaría - ¡yo pensaba mucho cuando era pequeña!-, pero, por supuesto, la realidad siempre supera a la ficción y nunca habría imaginado dónde estaría en unos años. En verdad, no he recorrido tanto camino como para mirar atrás y hacer reminiscencias, pero sí lo suficiente como para dar por cerrado un capítulo. Así es, probablemente esta sea la última entrada de este blog. Empezó siendo una vía de escape para "exponer sin exponer" mis pensamientos de adolescente, que tuve la fortuna de tener como cualquier jovencito normal que no tiene preocupaciones atroces en su vida. Agradezco eso, pero ya pasó. Y duele recordarlo.
Si nos ponemos a sacar cuentas, diría que soy una persona mucho más positiva ahora que en aquel entonces. Soy sarcástica y un poco aguafiestas, pero ya no es con el resentimiento que tenía antes -no me pregunten de qué, porque no sé xD-, y debo decir que soy más dulce ahora, puedo dar cariño sin vergüenza y puedo contener a la gente con sinceridad. Lamentablemente, lo que no ha cambiado es que la persona que he querido todos estos años nunca estuvo dispuesto a aceptar ese cariño. Pero todos los demás que amo sí, y eso me llena de felicidad, así como gente que he conocido hace poco me ha tenido un cariño que nunca creí poder conseguir con tanta facilidad. Así las cosas, puedo decir que estoy orgullosa de haber crecido para ser la persona actual.
Del mismo modo, debo confesar que he muerto muchas veces, o al menos algunas partes de mí. Pienso que una parte de mí murió cuando empezó mi vida universitaria; una parte rara, sucia y despreocupada... una parte a la vez feliz e inocente. Murió no más pues, pero no me importa, era algo que tenía que pasar, y pasó de buena manera.
Otra parte de mí murió cuando sentí que alguien nuevo llegaba a mi vida, lo entusiasmé con cariño sincero, y de pronto... de pronto no quise verlo más. Like a bitch. Algo murió ahí también, yo también podía cometer esos errores, también podía jugar con sentimientos en mis manos, también sufrí al mirarme así en el espejo. Ello no obsta que, luego de eso, de todos modos sentí renacer algo en mí: al menos sé querer aunque sea fugazmente, ¡qué alivio!... yo pensaba que me había atrofiado para siempre.
Lo más reciente. Esa noche maldita del año 2010. Nunca lo he querido escribir, porque eso lo plasma como una verdad inamovible, pero es que lo es y debo asumirlo. Esa noche en que le di el último beso de buenas noches a mi padre, mi amigo, mi maestro y sensei, para despertar unas horas después sin él. Ahí, murieron varias cosas. Mi fe, aunque no mis creencias -que por cierto heredé de él-, mi confianza en que la vida me trataría siempre bien, y un pedazo de corazón. No lo digo como cursilería, estuve varios días, diría que semanas, sintiendo literalmente que me faltaba un pedazo de músculo cardíaco, era como una torta a la que le cortas un pedacito en forma de triángulo. No sé cuándo se me pasó, pero me duró bastante. Quizás fue una reacción física como demostración del dolor mental, pero fue difícil. Desde esa vez, he entendido muchas cosas que no cabe expresar aquí, pero entre ellas, agradezco tanto a la vida el haberme regalado la familia que me tocó. Mi madre es una mujer excepcional, aunque el manejo de crisis no sea su fuerte, es una muralla para protegernos a nosotras, sus hijas. Ojalá todos tuvieran mi suerte. Así todos podríamos afrontar mejor la muerte. Cuando el propio muerto te enseñó que la muerte es sólo un paso nuevo, una aventura, al final te cuesta menos entender que cuando lloras, lloras por ti y no por él. Cuando te das cuenta de eso, te da vergüenza y dejas de hacerlo. Cuando el fallecido es otro y era joven, y dejó tantas cosas pendientes, no puedes estar llorando por ti. Lo bueno es que cuando la persona es así, si los demás aprenden de él correctamente, es más fácil superar el dolor. No diré que lo superamos porque aún lloramos, aún lo extrañamos y aún creemos que va a cruzar la puerta en cualquier momento, pero... hay una cicatriz en camino. Vamos bien. Aún somos una familia. Hay gente que nunca, ni con 10 personas en la misma casa, logra eso. Nosotras somos 3, y una mascota que es una hermana. Más un fantasmita protector.
Ahora entré al mundo laboral, y me hubiese gustado que él alcanzara a verme. Me habría hecho tantas preguntas cada día que me habría cansado, pero echo de menos como loca eso. Echo de menos mi vida anterior, pero a la vez pienso que las cosas no podían ser de otra manera. Y eso me da pena, porque don Christian Olguín merecía ser de los personajes que duran hasta el final de la historia. Al menos yo lo llevaré hasta el final sin falta. Tampoco me quedaré pegada en eso, claro está: pese a que algo murió en mí aquella vez, nació en mí un amor nuevo y desmedido por los vivos que me rodean, y me alegro. Me faltaba eso. Se nota en las primeras letras de este blog.

Bueno, y eso es todo, pues. Creo que ya conozco a aquellos que serán mis amigos de por vida, no estoy de acuerdo en no querer apostar por la gente, soy bastante confiada porque en realidad nadie me ha traicionado nunca. Yo he dejado gente de lado porque mi carácter es difícil, pero las personas que hay en mi vida son las justas y necesarias y tampoco me negaré a que lleguen más. Los que me conocen saben que desde niña jamás he buscado amigos, pero he tenido la suerte, ¡la bendición!, de que grandes personas lleguen a mí sin esfuerzo, y que nos acoplemos bien. Me da igual si veo esto en 20 años y todo es distinto: en estos momentos es real, y sé que lidiaremos con un futuro sucio como lo es la profesión que ejerceremos algunos, y la vida que viviremos todos, pero si seguimos firmes, hay esperanza. Cambiar no es malo tampoco, si no se hace de mala fe. Paso a paso, sé que todo es sobrellevable. Quiero decir, nunca pensé que afrontaría una pena tan terrible de esta manera -no diré ni bien ni mal, sólo que lo logré-, y tampoco creo que sea la última pena desgarradora de mi vida -aunque sé que pensándolo no saco nada-... pero así como muchas cosas han muerto en mí, otras han nacido.
Han llegado para quedarse.
Por eso es tiempo de cerrar etapas, aunque siempre lo he encontrado una siutiquería en otros blogs.
Pero qué le voy a hacer, si me impusieron un final que no puedo soslayar, es demasiado evidente.
Así que me retiro con glamour y lentejuelas, antes de que me venga la rigidez post mortem escritora.

11 de junio de 2011

Gotas a través de mí.

La silla acolchada, junto a la ventana, sostiene mi peso, y su terciopelo parece azul en vez de rojo. Las luces están apagadas, y la luz blanquecina de ese farol triste del exterior provoca que las sombras de las gotas de lluvia que caen incesantemente atraviesen mi sombra proyectada en el salón. Miro el cristal medio empañado. Aspiro el aire helado. Exhalo un vaho tibio. Siento algo indefinido.

La pluma se mueve impacientemente, arriba y abajo, al son de mis dedos que la sostienen distraídamente. Todas las hojas han resbalado hasta el suelo, menos la última, que tiene la esquina arrugada, apretada entre el pulgar y el índice de la mano izquierda. Como si esa simple hoja en blanco fuera algo de lo que sujetarse. La desvencijada mesa, junto a la silla, sólo tiene un tintero a medio vaciar según yo, hoy, a medio llenar según yo, anteayer.

En realidad, no encendí ni siquiera una vela, porque nunca pretendí escribir. Sólo quería sentarme en la misma silla, con la misma pluma, frente a la misma ventana, como cuando la inspiración descendía sobre mí, igual que aquellas sombras de las gotas de lluvia cayendo, uniformemente, sobre mi sombra proyectada a lo largo del salón. Atravesándome, como si yo también fuera agua.

13 de febrero de 2010

Conque aquí estaba yo...

¿Dónde estaba yo, cuando mi pequeña hermana me pidió jugar con ella? Puse mi mejor cara preadolescente y dije que no... ahora la pequeña recorre el mundo, y yo sólo quisiera que jugáramos a tomar el té.

¿Dónde estaba yo, cuando mi padre me ofreció una disculpa torpe? Usé mi peor silencio adolescente, y miré fijo a la nada. Ahora quisiera colgarme de su cuello como una niña, y sólo la nada me mira fijo.

¿Dónde estaba yo, cuando mis amigas me sonreían llenas de juventud, hermosura y sensibilidad? Solté mi peor oración preadulta, y eché por tierra sus sueños juveniles. Ahora que arrastramos los pies, oramos por aquella a la que echamos tierra encima, y soñamos con nuestras sonrisas juveniles enmarcadas y empolvadas.

¿Dónde estaba yo, cuando fue hora de ponerse serio y leer los papeles de turno? Estoicamente adulta, en el cubículo miserable y mediocre que llamo oficina, seriamente leo los papeles enmarcados de las paredes, que me recuerdan mi miseria y mediocridad mientras espero que acabe mi turno.

¿Dónde estaba yo, cuando la vida era siempre hermosa y nada faltaba? Pensé que vida era lo que siempre me faltaba y la nada era más hermosa.


¿Entonces... dónde estaba?

... Creo que buscando la forma más trágica o poética de escribir un texto inútil, mientras la vida pasaba ante mis ojos.