28 de noviembre de 2007

Efecto Primavera

La calle está vacía, y es de esos días grises. Respiro profundamente, y siento el aire sucio pasando por mi nariz. El eco de mis zapatos de tacos bajos parece reproducirse en cada rincón a medida que avanzo por los adoquines.
De pronto, de las calles que se forman de la separación de los edificios, cuya arquitectura parece colonial, aparecen miles de personas, caminando en todos los sentidos. Se ven casi tan grises como la calle, pero sus expresiones diversas les confieren un resto de vida.
Sigo caminando por acto reflejo más que por necesidad. Nada de aquella multitud me atrae, a no ser mi obsesión por diferenciarlos. Miro sus rostros, pero cuando me miran, yo bajo la vista. Les temo a sus ojos a veces... mirarles es como darles permiso de romper la distancia.
De pronto, me detengo en seco. Hay alguien, alto, de perfil, como detenido en el tiempo; el cabello oscuro le tapa parte de la mejilla, los ojos, y la postura de su cabeza, mirando en otra dirección, no me permite apreciar sus rasgos. Su actitud serena y relajada me llama la atención. Está mirando el edificio de la izquierda, que es el de más altura. Despreocupadamente, estornuda, con un movimiento que le agita el pelo, cuyo corte me gusta. Despreocupadamente, se lleva una mano delgada y larga al bolsillo. Y yo me quedo parada mirándolo.
Entendí que quiero que sus ojos se fijen en los míos por un momento, que deje de mirar el estúpido edificio. Lo miro con intensidad, creyendo ingenuamente que me escuchará sin que yo diga nada.
Doy unos pasos dubitativos hacia él. Quizás pueda hablarle. Quizás, pedirle un cigarro, aunque yo no fume, y tal vez él tampoco. O preguntarle la hora, aunque la vi recién. La multitud sigue zumbando a nuestro alrededor, en todas direcciones, pero sólo él y yo nos hemos detenido, y esa masa ya no me interesa en lo absoluto.
Estoy cerca. Él hace ademán de buscar algo en su chaqueta. Me gusta el color de su piel, y el de su cabello. Hasta su actitud despreocupada despierta un sentimiento impulsivo e irresponsable en mí. Estoy pensando eso, cuando súbitamente, se voltea. Me sonrojo al darme cuenta, pero entonces mi boca se abre, y luego se cierra con un rictus en los labios.
Mi desconocido no tiene rostro.
Mueve la cabeza en un gesto algo canino, como sin entender, mete sus dos manos a los bolsillos, y se une a la multitud. De pronto, el montón de gente empieza de nuevo a desaparecer por donde mismo llegó: entremedio de los edificios.
Quedo yo sola en la calle nuevamente. La única diferencia es que en el suelo ahora hay papeles y otras porquerías. Miro el edificio. No tiene nada que llame la atención.
Mis pies se mueven de nuevo, seguidos por el eco retumbante de mis pequeños tacos, multiplicándose a la débil luz del día nublado.

1 comentario:

S i l v e r dijo...

Nadie pescó este escrito y no saben cuánto dice :(