11 de junio de 2011

Gotas a través de mí.

La silla acolchada, junto a la ventana, sostiene mi peso, y su terciopelo parece azul en vez de rojo. Las luces están apagadas, y la luz blanquecina de ese farol triste del exterior provoca que las sombras de las gotas de lluvia que caen incesantemente atraviesen mi sombra proyectada en el salón. Miro el cristal medio empañado. Aspiro el aire helado. Exhalo un vaho tibio. Siento algo indefinido.

La pluma se mueve impacientemente, arriba y abajo, al son de mis dedos que la sostienen distraídamente. Todas las hojas han resbalado hasta el suelo, menos la última, que tiene la esquina arrugada, apretada entre el pulgar y el índice de la mano izquierda. Como si esa simple hoja en blanco fuera algo de lo que sujetarse. La desvencijada mesa, junto a la silla, sólo tiene un tintero a medio vaciar según yo, hoy, a medio llenar según yo, anteayer.

En realidad, no encendí ni siquiera una vela, porque nunca pretendí escribir. Sólo quería sentarme en la misma silla, con la misma pluma, frente a la misma ventana, como cuando la inspiración descendía sobre mí, igual que aquellas sombras de las gotas de lluvia cayendo, uniformemente, sobre mi sombra proyectada a lo largo del salón. Atravesándome, como si yo también fuera agua.

No hay comentarios.: